lunes, 29 de diciembre de 2008

RUBAIYAT


Aquello fue un oasis
surgido de la nada
para un sufrido náufrago perdido por la arena
del desencanto y la desesperanza.

Una ráfaga imprevista de aire refrescante.

El ungüento milagroso que vino a reforzar
la belleza extraordinaria de la palabra,
de esa palabra viva que triste se apagaba.

Aquello fue un perfume,
derramado en dosis de campana,
a “desfronteras” horas.

Fue magia,
y mutuo entendimiento
de almas muy afines.

Un ritmo inexistente,
marcando con coraje los compases.

Un mismo compás, un mismo ritmo.

Aquello fue un pacto
sin apretón de manos,
un guiño invisible entre las mentes.

Aquello fue Rubaiyat,
y yo lo descubrí,
y todos lo supimos.

RUBAIYAT: Hace algunos años, tuve la suerte de pertenecer a una tertulia literaria con este bonito nombre. Nos reuníamos en la Casa del Pueblo de Puerto Real, junto al viejo Ayuntamiento, una vez por semana y siempre a desfronteras horas. Guardo un gratísimo recuerdo de todos los que formábamos aquel ramillete de poetas. Espero, de todo corazón, que les vaya bien.

domingo, 28 de diciembre de 2008

El último ataque israelita en Gaza.

Si hay algo que verdaderamente me impresione y me sobrecoja por encima de todas las cosas, es ver el llanto de un niño impotente que sienta miedo, soledad o hambre. Y es así, porque la inocencia siempre tiene rostro de niño y, por tanto, considero radicalmente injusto el sufrimiento o el sacrificio de cualquiera de ellos.
Es imposible que pueda contener el llanto ante las terribles imágenes de dolor que ha producido el ataque israelí contra los palestinos. No soy quien para juzgar si ese conflicto político militar está justificado o no, pero sí quiero decir que cuando alguien muere asesinado, aunque sea en una guerra, cualquier razón pierde su valor y todo se vuelve un sin sentido.
Nadie debe matar por ningún motivo pero menos, si cabe, los israelitas por un conflicto territorial, dada la historia de ese pueblo. Y cuando digo pueblo no me estoy refiriendo a la moderna nación de Israel, sino a la tradición milenaria de unos hombres que deberían haber aprendido que la tierra no es lo más importante, sino el hombre en sí mismo.
Sin el hombre, las naciones no pueden existir. Es el hombre, por tanto, el motivo que justifica la existencia de las naciones. Condeno por tanto a viva voz cualquier muerte originada por la violencia, cualquier asesinato, cualquier sacrificio humano, pues el hombre es el centro de todas las ideologías, de cualquier patria o nación.
No tengo fuerzas para leer los periódicos, ni siquiera puedo mirar las fotos que describen tanto dolor. Quizás sea por mi propia cobardía, pero soy incapaz de seguir mirando la desesperación y el odio que produce un ataque tan bestial como el que han hecho esos aviones y helicópteros israelitas en una lucha desigual que bien me recuerda a la David contra Goliat.
¿Por qué tienen que morir niños inocentes que no entienden de conflictos internacionales? ¿Por qué tienen que sufrir padres que, a buen seguro, su principal interés es el bienestar y la educación de sus hijos? ¿Por qué tienen que seguir ocurriendo estas cosas en el mundo?
Yo quiero abogar por la palabra como única arma, por el diálogo como una forma posible de enfrentamiento, quiero pregonar la capacidad de empatizar que debemos tener los seres humanos con nuestros semejantes.
El respeto a la vida es fundamental para la construcción de cualquier nación o de cualquier idea. Aquellos que no respetan la vida no tienen derecho a conseguir nada de lo que persiguen.
La franja de Gaza es un lugar sembrado de dolor, de terror, de odio. Yo poco puedo hacer al respecto, pues repito que ni siquiera tengo la capacidad intelectual necesaria para llegar a entender en profundidad los verdaderos motivos de tan lamentable conflicto, pero tampoco quiero quedarme callado, parado, como si en el mundo no pasara nada. Quero elevar mi voz reprobando la masacre que han hecho los israelitas y pidiendo de la forma más rotunda que al mundo vengan de una vez por todas la paz y la justicia. Quiero que se respeten escrupulosamente los derechos humanos, y sobre todo, el derecho a la vida de los niños, que por su inocencia, deberían de estar más que garantizados. El mundo no va a ninguna parte con la muerte de personas inocentes, eso no lleva a nada. La destrucción y la violencia sólo engendra destrucción y violencia. Que la paz sea una realidad y se fundamente de una vez por todas en la importancia de las palabras, del entendimiento, de la comprensión, de la tolerancia, de la convivencia y del respeto escrupuloso, sin excepción, que se ha de tener a la vida humana.

sábado, 20 de diciembre de 2008

El día de Navidad

El 25 de diciembre, día de Navidad, es cuando se conmemora el Nacimiento de Jesucristo en Belén según los evangelios de San Mateo y San Lucas. Esta festividad es posiblemente después de la Pascua de Resurrección, la fiesta cristiana más importante del año eclesiástico. No obstante, deben saber que los evangelios no mencionan en ningún momento que Jesús naciera en esta fecha, por tanto, este hecho es un acto de fe y de devoción más que una efeméride histórica, de hecho, el día de Navidad no fue oficialmente reconocido hasta el año 345, cuando por influencia de San Juan Crisóstomo y San Gregorio Nacianceno se proclamó el 25 de diciembre como fecha de la Natividad, pretendiendo de esta manera continuar con la intención de la Iglesia primitiva de absorber y reconvertir, en lugar de reprimir, los ritos paganos existentes que desde los primeros tiempos habían celebrado el solsticio de invierno y la llegada de la primavera.
La fiesta pagana más estrechamente asociada con la Navidad que conocemos, era el Saturnal romano, el 19 de diciembre, en honor de Saturno, dios de la agricultura, que se celebraba durante siete días de bulliciosas diversiones y banquetes.
Al mismo tiempo se celebraba en el Norte de Europa una fiesta de invierno similar, conocida como Yule, en la que se quemaban grandes troncos adornados con ramas y cintas en honor de los dioses para conseguir que el Sol brillara con más fuerza.
Pero con independencia de su origen religioso, pagano o no, la Navidad es por excelencia la fiesta de la familia. Para mí, es ese su verdadero sentido, el momento del año en que la familia toma un realce especial y se reúne para festejar precisamente el lazo existente, un vinculo invisible, pero cierto e irrenunciable.
Todos tenemos una familia, bien sea monoparental o maternal, tradicional pequeña o numerosa, o surgida como consecuencia de un divorcio y un nuevo matrimonio. También son familias aquellas que surgen de la unión entre homosexuales o lesbianas, hoy reconocidas por el ordenamiento jurídico y con idénticos derechos que las demás. En todas ellas se ha de vivir la Navidad de la misma manera, como realce de la importancia de la familia, sea como sea.
De todas formas, a veces ocurre que estamos tan a la espera de vivir un acontecimiento especial que nos decepcionamos al ver que nada excepcional sucede. Suele pasarnos con la Navidad, porque ponemos tan altas las expectativas de la celebración que la convertimos en algo inalcanzable. No soy nadie para aconsejar, obviamente, y aunque pueden hacer y pensar lo que les venga en gana, les cuento que yo suelo hacer lo de siempre, quizás con más intensidad. No espero nada nuevo ni nada que no corresponda a mi ámbito familiar, por tanto, si realmente quieren ser felices, como yo lo soy, analicen la familia a la que pertenecen y potencien el vinculo amoroso que los une, porque de esa forma estarán invirtiendo en igualdad y en justicia, que es en definitiva el equilibrio donde habita la felicidad humana.
No esperen nada especial, disfruten sencillamente de lo que tengan, de lo que son y de su familia. Confiesen su amor y brinden con sus personas queridas, sonrían y sencillamente mantengan el alma abierta de par en par para que pueda ser inundada de tanto bueno como existe en el mundo.
Paz y amor, ese es mi deseo. Esa es la mejor receta para el día de Navidad.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Cuento de Navidad

Cuento de Navidad
Se acerca la Navidad y, aunque este año no estemos para grandes celebraciones por la grave crisis económica que padecemos, es un tiempo de amor y de paz en el que todos nos embriagamos de aquellos espíritus mágicos que tan genialmente describiera Charles Dickens en sus muchos relatos y cuentos, especialmente en Canción de Navidad, posiblemente la novela más bonita que yo haya leído.
No sé si sabréis que en vida de Dickens, (1812-1870), se estilaba publicar en los periódicos pequeños cuentos navideños que las personas leían en sus casas, a los pies del árbol de Navidad o el nacimiento, a modo de celebración. No sé qué les parecerá a ustedes, pero a mí es algo que me conmueve, pues las mejores Navidades que recuerdo son aquellas en las que mi madre me contaba cuentos maravillosos que ella misma inventaba, haciéndome cantar luego los tradicionales villancicos al son de las panderetas y del rin rin de la botella de anís. ¿Qué recuerdos! Tampoco quiero olvidar aquellas entrañables reuniones, entonces especialmente de mujeres, en las que se hacían las tortas. Se quedaba expresamente para eso. Primero se hacía la masa, se dejaba reposar cubriéndola muy bien con un trapo limpio, metiéndola debajo de una almohada, hasta que subiera. Luego se estiraba con los rodillos, se cortaba en triangulitos más o menos iguales, se freían y se melaban.
La llegada de la Navidad es inminente, y es por eso que quiero desearles de todo corazón que disfruten de su familia, sea como fuere. Que no se sientan nunca solos, especialmente en este maravilloso tiempo que llega. Que sean muy felices. Que canten y que bailen, que coman y que beban, porque la fiesta es solo fiesta si se vive con alegría.
También quiero dejarles un humilde regalo. Es un pequeño relato para que se lo leáis el día de Nochebuena a vuestros hijos pequeño o a vuestros nietos. Es algo que vale bien poco, pero es lo mejor y más sincero que un escritor, como yo, puede daros. Espero que os guste:


“El pequeño niño limpió con la palma de su mano la escarcha fría que enturbiaba el cristal de la ventana de su casa y se asomó curioso al exterior. La oscuridad de la noche se extendía de extremo a extremo de la calle, sólo se rompía por la luz amarillenta que derramaban tenuemente las farolas.
Debajo de una de ellas, sentado sobre un banco de madera, un anciano parecía esperar paciente a alguien. El pequeño creyó que se trataba de un abuelo a quien habían olvidado y sintió pena de él. Miró detrás de sí, buscando a sus padres, pero en casa ya todos dormían, cansados tras celebrar gozosamente la Nochebuena. Dudó unos instantes, pero tras echar un último vistazo fuera, decidió ser valiente y abrir la puerta para auxiliar al anciano. Sabía que si no lo hacía, aquel pobre hombre se moriría helado.
-Hola, buenas noches- saludó el pequeño, una vez en la calle. -Hace mucho frío. ¿Estás esperando a alguien?
-Si- dijo el anciano -Te estaba esperando a ti.
-¿A mí?- preguntó el niño un tanto sorprendido.
-Sí, sí, a ti- afirmó levantando un gran saco que parecía muy pesado -Esperaba que te durmieras para dejarte un regalo. En ese momento el corazón del joven dio un vuelco de júbilo al comprender de quien se trataba. Era Santa Claus. Lo miró a los ojos y vio que sonreía. Le extendió la mano entonces invitándolo a entrar en casa.
-¡Jou! ¡Jou! ¡Jou!. Este año, mi pequeño amigo, no tendré que subir hasta el tejado.”

©Ignacio Bermejo


Feliz Navidad