Todos, todos estos motivos, y
quizás más: la necesidad de defender la vida frente al COVID-19, el
miedo a la enfermedad y a la muerte, el sentido común que tenemos
las personas, una actitud responsable como cabe esperar en estos
casos, el necesario cumplimiento de la ley acatando voluntariamente
las medidas impuestas por el gobierno, nos han recluido temporalmente
en casa, para evitar la propagación de esta enfermedad que,
inesperadamente, ha sorprendido a la humanidad, y paradójicamente,
en el momento en el que más alzados nos sentíamos. Nos creíamos
intocables, inalcanzables, invencibles, casi dioses, hasta el punto
de que, tan sólo unas semanas antes, si alguien nos lo hubiera
contado, no lo habríamos creído o habríamos pensado que se trataba
del argumento de una película de ciencia ficción, pero no, la
naturaleza, de un zarpazo, nos ha devuelto a la cruda realidad, a la
única verdad universal, nos ha colocado en nuestro humilde lugar,
mostrándonos de golpe y porrazo, la fragilidad de nuestra condición,
lo débiles que somos.
Ha sido un virus, un
insignificante microorganismo, el que ha hecho temblar en un
instante, los cimientos de todas las grandes civilizaciones del
presente. Es un problema mundial, no es algo que afecte solo a un
país, sino a todos, absolutamente a todos, porque es algo contra el
ser humano de manera física, patente, sin tener en cuenta
nacionalidad, raza, o estatus social de cada cual. Creíamos que
estábamos situados en la cúpula del mundo, pensábamos que eramos
el centro, y que toda sustancia existente, cualquier elemento, la
tierra, las plantas, los mares, los animales, el aire, todo, todo,
estaba dispuesto a nuestro servicio, que nosotros, como reyes del
universo, como seres principales, podíamos decidir sobre todo lo
demás, influenciar en todo para garantizar nuestra existencia como
especie, pero la vida nos ha dado una lección de humildad,
enseñándonos que la naturaleza no es de nuestra propiedad, ni se
somete a nosotros. Nosotros formamos parte de ella como un elemento
más, el modo de un atributo que ni siquiera es importante. Lo
sustancial, lo verdaderamente imprescindible se revaloriza por encima
de nosotros y se manifiesta como una realidad inalcanzable y
poderosa, vislumbrando su divina naturaleza.
Esta reclusión, que en la
vida moderna ha supuesto un obligado paréntesis sin precedentes, nos
ha regalado repentinamente un precioso tiempo. Un tiempo valioso que
algunos están malgastado en tóxicos reproches, buscando culpables,
sin ser conscientes, yo creo, de lo que realmente está ocurriendo.
Un tiempo que otros utilizan para disfrutar de sí mismo, de los
suyos, de sus casas, a pesar del miedo que indiscutiblemente se
produce ante la incertidumbre frente al paradigma de un futuro
incierto.
Esta es la realidad, y así
nos encontramos: inseguros, descolocados, temerosos, desconcertados,
cuestionándonos mil cosas, presintiendo que es el inicio de un
cambio estructural que afectara a nuestras vidas para siempre.
Es posible que ante estas
circunstancias, quizás por ese miedo ancestral, que no somos capaces
de dominar, pero que todos y todas intuimos, aflore lo peor de
algunos, dejando a la intemperie sus miserias, víctima de una
catatonia injustificada y gratuita, pero al mismo tiempo, por este
carácter ambivalente de la crisis, otros demuestran que son capaces
de mostrarse solidarios, de revestirse de positividad y actuar en
consecuencia, tendiendo la mano a los que más lo necesitan, a los
que siempre se quedan atrás. Estos han entendido que es necesario
hoy convertirnos todos en uno, actuar juntos frente a lo que nos
acosa, a lo que amenaza nuestra existencia como especie.
La independencia intelectual,
condena casi siempre a la soledad. Es una máxima irrefutable, pero
a pesar de ello, no es tiempo de cobardías ni estupideces. Entiendo
que es el momento de ser sinceros y valientes, es necesario
reconstruir los cimientos que sustentan nuestra existencia, regenerar
los pilares podridos que producen nuestra inestabilidad, personal y
social, y afrontar juntos un nuevo futuro mucho más sostenible, más
respetuoso con el mundo natural al que pertenecemos. Es momento de
recapacitar, de replanteárselo todo.
Debemos de concretar lo
sustancial, comprender todo lo que realmente nos mantiene y nos
conviene para progresar como especie. Tenemos obligatoriamente que
volver a ser respetuosos con el medio ambiente, volver a ver como
madre a la naturaleza, a la cual pertenecemos y de la que nos es
imposible desprendernos ni alejarnos. Lo sustancial omnisciente. Todo
lo demás son meros atributos, y ni siquiera eso, muchos solo son
modos innecesarios, superfluos, e incluso inciertos, frutos de mitos
pasados que alguna vez sirvieron para cohesionar, pero que ya han
muerto desgastados por su condición de atrezo, sin que fuéramos
conscientes de ello, como lo han hecho tantas y tantas personas en el
mundo por esta pandemia.
Esto es un secreto revelado,
la certeza sacrosanta de la mayor libertad, la única y verdadera
anástasis esperada, la resurrección como una revolución del propio
ser humano, porque es tiempo de centrarse, de liberarse,
despojándonos de todo cuanto pese como un lastre. Todo lo demás es
anodino.
Cuando regresemos a las
calles, cuando volvamos a los demás y recuperemos nuestra vida
social, deberíamos estar preparados, haber aprovechado este tiempo
para haber asumido esta nueva realidad y haberla entendido y
asimilado como una epifanía. Deberíamos renunciar al pecado de la
frívola diáspora, y al histrionismo de creernos el centro, de
pensar que somos lo único.
Sólo lo sustancial, capaz de
existir por sí mismo, manifiesta esa divinidad que ansiamos, pero
de la que carecemos como individuos, como especie incluso. Eso, a mi
criterio, es lo que nos ha quedado patente, es lo que he aprendido,
que somos débiles, perecederos y mortales, y que la única manera de
evolucionar y seguir hacia delante es reconociendo que tan sólo
somos una parte de esa realidad total, de esa verdad universal, que
sin nosotros, puede seguir existiendo sin mas, porque no somos
importantes, no somos imprescindibles, no somos dioses.
Ignacio Bermejo