Con motivo de la visita que
hice a su casa.
Atravesando la luz blanca de
verano
llegué sediento hasta tu casa,
hasta la puerta misma, por tus campos,
y allí noté, sobre mis hombros, el peso de tu nostalgia.
Dentro, en el patio, sentí el suspirar profundo
de los fantasmas tristes, que seguían buscando, un no se qué.
Allí estaban presentes, en el frescor dormido de las losas
del suelo antiguo que sin querer pisaste y que habitaste.
Tu sombrero oscuro y tu chaqueta gris, desvencijada,
cubriendo la tímida camisa blanca, esencia de tu alma,
colgando sobre un perchero viejo de madera,
que en un rincón, ausente,
ajeno a todo, conservaba
la elegancia excelsa de aquel
tiempo, ya olvidada.
Y tu tristeza, toda, derramada, como vaso de agua sin fortuna,
entre los ordenados tochos de papeles yertos, tus poemas,
rosario de versos que formaban el lánguido bullir de tus recuerdos,
por todos los rincones, por todos los espacios y los huecos.
Sentimientos atrapados en la expresión
perfecta
de las palabras tuyas. Herramienta,
arma y fortuna.
Allí seguías estando bien
presente,
Allí pude sentirte y pude
verte.
Ignacio Bermejo
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