Este artículo ya fue publicado en la prensa hace algunos años, pero quiero rescatarlo con motivo del recien nombramiento de Alfonso Berraquero, como Hijo Predilecto de San Fernando, porque se lo quiero dedicar a modo de homenaje.
La casa del artista. El otro día volví entrar en la casa de un amigo que tengo, al que profeso una exacerbada admiración y, como me ocurre siempre que lo visito, volví a experimentar una curiosa sensación mística, casi sagrada, digna de ser comentada.
En aquella casa, nada más entrar, se respira un clima de distensión y de paz en el que es posible relajarse profundamente y esperar sentado, tomando una copa o simplemente tertuliando, a que aflore lo mejor de uno mismo. Una experiencia bien conocida por aquellas personas que tienen un alma especialmente sensible, que se ven impulsadas a crear: la inspiración. (Yo le decía que era algo parecido al milagro de los panes y los peces). Él, obviamente es un artista. Un artista genial. No podía ser de otra forma.
Siempre creí que la magia y el encanto que te embriaga en aquel lugar, era el reboso de su alma de artista. Como si su espíritu fuese más grande que su cuerpo y se derramara, impregnándolo todo con su impronta y su personalidad. En cierta forma es así, pero decir eso no es del todo cierto, pues ayer por fin entendí, al tiempo que me descubría a mi mismo, que aquella casa no sólo conserva el alma de su actual morador, sino la de muchos que la habitaron con anterioridad, cargándola de pasado, enriqueciendo el presente, dándole sentido y peso cultural, su mayor tesoro.
Aquella casa tiene su propia historia, su vida propia, y aunque rebosa de la esencia vital de mi amigo, también me dejó ver por un instante, que ha sido el vientre donde se ha forjado su alma, modelándola a su propia imagen y semejanza. Él, hoy por hoy, es una persona notable, una persona que ocupa, indiscutiblemente, el lugar que por méritos propios le corresponde (Reconocido con la Medalla de Andalucía y Recientemente nombrado Hijo Predilecto de San Fernando). Una persona reconocida y admirada, que ha tenido la gran suerte de formar parte de la historia de aquella casa, de pertenecer a su presente, su pasado y de estar entre su gente. Él es un hombre que se muestra orgulloso de ser quien es, sin la arrogancia propia, en un gesto inexacto de bondad constante, derrochando cariño sobre quienes se le acercan, pero uno no es sólo lo que es, ni se hace a sí mismo exclusivamente, sino que es el resultado de lo que es, sumado a las circunstancias que lo rodean. Es por ello que en la casa se respira a él, de la misma forma que en él se respira la esencia de su casa.
Estoy convencido que, de no haber formado parte de la historia de aquella casa, a pesar de seguir siendo la misma persona, estaría definido por otros matices distintos. Tendría rasgos que lo mostrarían diferente a los ojos del resto y es que le faltaría el virtuosismo propio que le otorga el formar parte de esas viejas paredes: su envase, su entorno, su pasado.
Sin ningún tipo de presunción, creo que ambos tenemos algo en común: ambos disfrutamos, como tantos otros, de esa sensibilidad especial que nos distingue y define a los que nos consideramos creativos.
Recuerdo con cariño que le explicaba a mi madre de pequeño, también amiga suya desde niña, que tenía dentro de mí como una especie de luz que, de vez en cuando, se encendía y me iluminaba por dentro hasta cegarme. Una luz que me hacía sentir especial y me inducía a escribir. Por eso lo hago desde que tengo uso de razón. Así trataba de explicar a mi madre lo que ocurría en mi interior. Ella, la pobre, no me entendía, se quedaba mirándome con sus grandes y platerescos ojos azabache, cargados de melancólico amor, clavados en mí, sin pestañear, observándome, queriéndome comprender, pero sin poderlo hacer.
Soy diferente a Alfonso. Mi vida siempre estuvo cargada de presente. Mis padres, mi hermana, mis primos, mis tías, el corral de mis juegos, mis amigos y aquel almendro que florece en mi alma cada primavera, pero todo es presente, absoluto, puro y duro presente, pues el pasado desapareció en sí mismo sin dejar huella, enclaustrándome en este papel de bisagra que me ha tocado vivir.
Un fuerte abrazo de este imperfecto ser humano que te admira.