Cuando somos capaces de comprender que tras la muerte de
quienes queremos se esconde la alegría
de una fiesta, podemos asegurar que estamos en el camino correcto para vislumbrar,
para intuir al menos, el verdadero Reino
de Dios.
Ayer, miércoles 19 de Junio de 2013, tuve la gran fortuna de
reflexionar en voz alta con mis hermanos
de la Junta de Gobierno de la Hermandad de la Sagrada Resurrección, sobre la carta de San Agustín de Hipona “La
muerte no es el final”, y quienes me
oyeron, pudieron entender el verdadero sentido del poema que dediqué en
su día a mi gran amigo Paco, a quien continuo echando de menos, tanto, como el primer día que faltó en nuestras
vidas.
Su ausencia sigue produciendo en mi interior un gran abismo, un vacío oscuro
de soledad que, incomprensiblemente, termina
derramándose en un minúsculo llanto de
lágrimas dulces. Un llanto triste y alegre al mismo tiempo. Triste por el egoísmo
irrenunciable de su pérdida, y alegre al creer, de manera firme y confiada, que
él está allí donde siempre quiso estar, con quienes siempre quiso estar y como
siempre quiso estar, en la habitación de al lado, esperándonos.
In memoria
Poema dedicado a Paco
Luna
De métrica libre, como
tributo a la tolerancia
en la que desembocó
nuestra verdadera amistad.
Junto a la ladera,
amigo, mirando desde abajo,
pasé echándote de
menos.
Allí estabas,
de la mano de la mujer
que amabas,
compartiendo el
alma de las flores
y de la hierba que
crece
sobre la tierra mojada,
mostrando a
tu amor,
el hombre que miraba,
señalándome orgulloso
por la amistad
sincera
al tiempo que pasaba.
Junto a la ladera, del
monte de la paz
donde habitas para
siempre en tu palacio eterno,
danzando en una fiesta
de gente que te
quiere y te esperaba.
Y me miraste amable,
contento,
bajo las luces de
colores
que alumbran la
verbena.
Aún no tengo fuerzas
para explicar al mundo
el ímpetu del
sentimiento puro ,
y menos, el dolor
de la ausencia repentina e inesperada.
No sé como contar la soledad sobrevenida por tu marcha,
ni el vacío profundo
como agujero oscuro
que me llenó de pena
robando mis palabras.
Junto a la ladera,
amigo, al tiempo que pasaba,
mirando hacia arriba
para verte,
contemplando el baile
de la alegría profunda
comprendí en ese
instante,
que era eso,
exactamente eso,
todo a cuanto
aspirabas.
Descansa en paz,
amigo, y baila.
El tiempo y la ausencia va subrayando la verdadera dimensión del sentimiento de amistad que nos profesábamos mutuamente.
Ignacio Bermejo
Martínez