domingo, 22 de septiembre de 2013

La historia del un lápiz traidor


 Aún recuerdo el día en que tuve aquella gran idea. Tan maravillosa fue que decidí, al instante,  tomar un lápiz y pintarla.  
Cuando estuvo impresa, esparcida sobre el blanco papel  con su forma, me quede contemplando  absorto cómo,  tomando vida,  se elevó hasta el cielo  transformándose en una pequeña estrella que desde entonces brilla con fuerza.
Mientras,  sin querer, sin ni siquiera darme cuenta, me quedé dormido y soñé con la batalla:  Mi mano reclamaba para sí la idea afirmando que había sido ella quien le había dado forma. Mi cerebro protestó  muy enfadado aseverando  que había sido él quien la había imaginado. También mi corazón se sumó al altercado  y,  testarudo como era, , sin dar su brazo a torcer, la reclamó  para él  porque decía haberla engendrado dentro de sí.
Tan distraídos andábamos en la disputa  que ninguno notó la falta del lápiz traidor, que sin decir nada se marchó de  dirigiéndose al Registro. Al llegar allí se autoproclamó autor del pensamiento por haberlo escrito él.  Y lo peor del caso es que incluso pudo demostrarlo. Así lo hizo y lo registró a su nombre. Desde entonces es él su propietario legal, y mi mano, mi cerebro y mi corazón, todos con cara de estúpidos, lo miran desconfiados desde lejos sin tener valor siquiera para dirigirle la palabra.  

Ignacio Bermejo Martinez