miércoles, 29 de agosto de 2007

El hombre que cambió la historia...

A la del fútbol me refiero. Y es que lo de Antonio Puerta, el jugador del Sevilla, es lo nunca visto. Su muerte ha unificado a todos los clubes de la liga profesional en un penoso sentimiento por su lamentable pérdida. La noticia de su muerte ha conmocionado al país entero, mucho más a Andalucía, y a destrozado a la ciudad de Sevilla, de la que era hijo y a la que representaba defendiendo sus colores con el orgullo del hijo predilecto. Una ciudad que desde que la noticia saltó a los medios de comunicación se ha echado literalmente a las calles para llorar a éste desafortunado internacional, que dejó su vida en el Sánchez Pízjuan.
Creo que ésta repentina muerte nos ha llegado a todos de una u otra forma. Todos nos hemos sentido un poco tristes, porque al margen de los colores que cada cual sienta en el alma, existe un estado superior qué sólo alcanzan los mejores, los grandes profesionales que triunfan haciendo lo que deben como nadie. Antonio Puerta es uno de ellos, uno de esos que pasan por la vida con la rapidez de un cometa que deja una brillante estela inolvidable. Antonio Puerta será recordado, pues su inesperada e insospechada muerte lo mitifica y lo convierte en un héroe.
¿Quién le iba a decir a ese chaval campechano que jugaba en el Sevilla, que él sería el acicate que acercara a los dos grandes clubes de la ciudad? Me parece increíble. Qué fuerza tan grande tenía ese hombre, que ha hecho posible que personas como Lópera, visiten el campo “maldito” del eterno contrincante, para unirse al sentimiento de la familia y llorar la pérdida sevillista.
El Sevilla de los últimos tiempo se ha ido haciendo grande a golpe de victorias y de goles, y con esta tragedia lo certifica. ¿Quién no se siente un poco sevillista? El corazón de muchos está con el Sevilla, y en mi caso particular, que soy madridista de pro, y a mucha honra, muy especialmente, teniendo en cuenta que los colores de esa camiseta los viste con alegría muy a menudo uno de mis hijos, que se ha aprendido de pe a pa la letra del himno del Arrebato y que lo entona cada vez que puede para dejar constancia de que su club es hoy por hoy uno de los más grande de España. Me siento un poco sevillista, como no, porque las lágrimas de mis amigos, de mis mejores amigos, me duelen tanto como si fueran propias, porque su sufrimiento me lo contagian sin querer para que pueda compartirlo con ellos.
Claro que lloré la muerte de ése chaval, como la lloró Sevilla entera, como la lloró su club y todos los de la liga, como la lloró José María Del Nido y su homólogo Lopera, tan antagonistas y dispares. Lloré como lloraba mi hijo cuando se enteró, y como lloraban mis amigos que compungidos no podían ni hablar. Unirse al sentimiento era inevitable. Compartir el dolor, y estar allí, desde aquí, asomados sin cesar a esa ventana en la que se convirtió el televisor.
Antonio Puerta ha sido sin lugar a dudas el hombre que ha cambiado la historia del fútbol en la ciudad de Sevilla. El redentor de la deportividad, del respeto y la tolerancia que siempre debe regir entre rivales.
Permítanme que afirme algo categóricamente. No me gusta hacerlo, porque en cierto modo es pecar de presunción y posiblemente de pedantería, pero en este caso creo que es justo hacerlo, en reconocimiento y homenaje a un chico que con veintidós años saboreó la gloria que muchos desearían para sí, haciéndolo con la naturalidad de los más grandes: Sólo los verdaderamente notables y nobles, son reconocidos por sus rivales. Que el Betis llore a Puerta, así lo confirma.

viernes, 24 de agosto de 2007

Overbooking en las bibliotecas.


Lo cierto es que me he quedado perplejo al saber que las bibliotecas de San Fernando se encuentran en situación de overbooking. ¿Eso es verdad? En cierta forma es una buena noticia, a pesar de los trastornos que lamentablemente soporta la población estudiantil, que no encuentra un lugar apropiado donde instruirse y se tiene que trasladar a Cádiz, problemática que debiera tener muy en cuenta la delegada, Maria José Suárez, para buscar alguna solución con la mayor urgencia, aunque resulte complicado.
A mí de, momento, se me ocurren tres posibles sugerencias: Ampliar las instalaciones, agrandando las bibliotecas existentes, incrementar el número de éstas, o aumentar su rendimiento, usándolas durante un mayor número de horas al día, porque lo cierto es que clama al cielo que solamente estén abiertas por la mañana.
Seguro que hay quien piensa que es lógico, teniendo en cuenta que nos encontramos en periodo estival, época del año en la que casi todos los trabajadores disfrutan de lo que socialmente conocemos como “jornada intensiva”, y que en verdad no es otra cosa que agrupar las horas de la jornada diaria, ocho por regla general, y realizarlas de una vez para evitar especialmente el calor del mediodía. Pero no es eso lo que se hace en la mayoría de los centros públicos, donde la saludable costumbre veraniega se interpreta reduciendo el horario de trabajo, cosa que no estaría mal si con ello no se perjudicara a muchísimos estudiantes que se preparan la selectividad, o las asignaturas que suspendieron en julio.
Existen ciertos conceptos que son irrebatibles, o al menos así debiera ser. Uno de ellos es el poder de la lógica, y otro la existencia del derecho natural.
Por lógica puedo afirmar, sin miedo a equivocarme, que criticar la reducción laboral que disfrutan algunos afortunados en verano, producirá, sin lugar a duda, más de un rechinar de dientes, ya que obviamente es una situación de privilegio a la que difícilmente querrán renunciar, pero si son justos, entenderán que existe otro colectivo, los estudiantes concretamente, que están demandando un servicio en esta época, a pesar del calor, y tienen todo el derecho a ser atendidos convenientemente. Es una pena que no estemos en campaña, pues de estarlo este problema estaría subsanado.
Sabemos que el derecho de uno termina donde empieza el del otro. Por tanto, aunque está muy bien que durante unos determinados meses del año se reduzca la jornada, no se puede ni se debe hacer a costa de sacrificar los derechos de nadie. De verdad que siento centrarme en exclusivo sobre esta posibilidad, pero comprenderán que es la más razonable, pues cualquier otra solución sería muchísimo más complicada y costosa. No obstante, tampoco deseo cargar las tintas contra nadie, pues reconozco que ni siquiera sé, a ciencia cierta, si la solución del problema pasa por aumentar la jornada laboral de los funcionarios. No obstante, reconocerán que es injusto que las bibliotecas estén cerradas por las tarde en verano. ¿Por qué tiene que ser así? Trabajar en una biblioteca no es como hacerlo en una obra, poniendo ladrillos a pleno sol. Es un trabajo mucho más cómodo que pude permitir perfectamente mantener la jornada partida durante todo el año, más aún si existe tanto público como parece, a raíz de la denuncia que realiza Ricardo Rodríguez, Secretario de Juventudes Socialista, aunque esto sea toda una contrariedad para los trabajadores, que se verán con el inconveniente de no poder ir a la playa durante la semana. Como podrán comprender, en absoluto pretendo esto, pero si pido una solución razonable que beneficie al mayor número de personas, y perjudique a cuantos menos mejor. Si ampliar la jornada es una solución inviable, que al menos se incremente la plantilla. Es lógico, ¿no?

Celaya se equivocó

Decía Gabriel Celaya en uno de sus más célebres poemas: “La poesía es un arma cargada de futuro”. Pecó de iluso cuando lo afirmó; además de ser un poeta chapado a la antigua incapaz de eludir el inconsciente coqueteo con la filosofía, herramienta necesaria para la construcción de nuestro mundo, pero que suele desembocar en tediosos ensayos que nada tienen que ver con el arte de la rima.
La poesía no se reduce a rimar las palabras, y aunque no debe renegar de su parte virtuosa, tampoco debería ser un ejercicio para la reflexión y el análisis de las realidades de la vida.
La poesía no tiene obligatoriamente por qué responder a ninguna cuestión, ni explicarnos el funcionamiento del mundo que nos rodea. No debería aspirar a definir el sistema ni dejarse instrumentalizar para alcanzar otros objetivos que en absoluto le son propios, tratando de esclarecer la esencia de todos los diversos elementos de la realidad. La poesía no tiene por qué definir conceptos, ni principios. La poesía no debería brotar de un lugar distinto al alma del poeta, porque en esencia debiera ser, simple y sencillamente, un canto de todo cuanto sentimos.
Los griegos tenían bien claro y perfectamente definido los dos conceptos: Poesía y Filosofía. La primera la entendían como la habilidad de jugar con las palabras para explicar con belleza una idea, pero entendiéndola desde un prisma estético. En cambio la Filosofía es el pensamiento que deriva en sabiduría. Según esto, ¿cómo la poesía puede ser un arma cargada de futuro?
¡La poesía ha muerto!. Ésa es la noticia, la gran noticia. La poesía no cabe en nuestro tiempo y ha sido, lamentablemente, exiliada de nuestras mentes. Todo el que diga lo contrario es un hipócrita o sencillamente miente. ¿Quién lee poesía? ¿Quién publica poesía? ¿Quién oferta poesía? Nadie, y de existir, será tachado de lerdo en menos que cante el gallo.
La poesía fue un arma que se quedó sin futuro. El futuro que Celaya le augurase a la poesía le ha sido usurpado por la tele basura, la tele lava cerebros, el aborregamiento general que otros denominan socialización y que más bien debieran llamar alienación.
La cultura consumista que conforma nuestra forma de vida está exenta de poesía. La poesía no ayuda absolutamente a nadie a solventar sus problemas, no es una forma válida de protesta, y con esto de la paridad, ni siquiera importa ya a los enamorados, último reducto donde había quedado relegada para sobrevivir en los últimos tiempos.
La cuestión es saber si podremos vivir sin poesía. ¿Qué será de la humanidad cuando sea ciertamente incapaz de expresase con hermosura? ¿Será esta lamentable pérdida el inicio de la decadencia de todas las artes?. Porque sin poesía ¿qué importancia puede tener la pintura, la escultura o la música?Si no es usted poeta, si en toda su vida ha escrito un verso o sencillamente, no le gusta, posiblemente no me comprenda y piense que todo esto que estoy diciendo no son sino pamplinas; pero le aseguro que se equivoca, pues aunque no lo crea, la poesía ha sido para este mundo de bárbaros, ése bálsamo que ha suavizado la realidad, convirtiéndola en algo muchísimo más asimilable. Sin poesía, todo hubiera sido más cruento, mucho más duro, más triste, más feo, más difícil. O si no, ya lo comprobará usted mismo de ahora en adelante.

Los Pilares de la Tierra.

He leído mucho y bueno desde este verano, pero si de entre todas las novelas tuviera que destacar a alguna, sin ningún lugar a dudas, me inclinaría por Los Pilares de la Tierra, de Ken Follett.
Me la regalaron, y al verla tan gruesa, con los párrafos tan espesos y la letra tan pequeña y pegada, no negaré que me asustó en principio y la deseché, condenándola sin más, al ingrato sueño de las estanterías polvorientas donde terminan los libros olvidados. Pero una madrugada de insomnio, de esas en las que uno se levanta buscando desesperadamente algo que leer, al no tener otra cosa que me pareciera más interesante, la cogí, rescatándola del olvido, y me introduje casi sin querer entre sus páginas, quedando prendido completamente por sus historias. Algo que me pasó en contra de mi voluntad, y es que es uno de esos libros que, a pesar de asustar a primera vista, te encandilan y te roban todo el interés a la mínima que le das una oportunidad. En definitiva diré que me ha parecido un libro magnífico. Nada más tocarlo, pensé que aquel ladrillo macizo no habría quien lo leyera, pues uno ve que sus páginas se van sumando y parecen no tener fin. Tiene tantas, que supera con creces el millar, algo que, a priori, desespera al lector que ansía conocer con urgencia el intríngulis de la historia que contiene. Luego, en la medida que avanzaba en su lectura, creí que con tanto espesor sería inevitable perderse, pero al profundizar en él, ocurre algo fantástico, algo realmente formidable que sólo ocurre muy de tarde en tarde, y es que el autor consigue engancharte con fuerza, teniendo la habilidad de mantener intacto el interés desde el inicio hasta el final, y eso que se trata de una novela donde se suceden más de una generación de personajes. La historia es sencilla, fresca, natural, y la narrativa de Ken Follett, al margen de impecable, tremendamente fácil de manejar, sin que por ello se pueda tachar de simple, nada más fuera de lugar.
Leyendo el libro, uno tiene la sensación de ser un espectador de lujo de una larga y sublime película de cine, un cuento casi mágico que se va desarrollando con la misma suavidad con la que un terrón de azúcar se disuelve en un vaso de leche caliente.
En la medida que avanzas en la novela, te enamoras, te desengañas, te desesperas e incluso terminas odiando a algún que otro de sus personajes. En todos ellos encuentras diversas formas de pasar por el mundo, distintas perspectivas que conforman un precioso collage que se me antoja perfecto. Vas siendo testigo, de una forma exquisita, de cómo van desarrollando su humanidad, con sus detalles de grandezas y miserias, y al final, cuando la terminas, descubres para tu sorpresa que te has involucrado tanto en la historia que ha sido como si hubieras estado habitando en aquel mundo del que no quieres salir. En cierta forma, leemos para eso. Leer no es otra cosa que renunciar al yo que somos para convertirnos en otra persona distinta, posiblemente más rica de lo que éramos antes de empezar.
Eso me ha pasado con Los Pilares de la Tierra. Otras novelas resultan más difíciles de leer, pues son complicadas y enredadas, y resulta más difícil extraer el verdadero mensaje que su autor quiso regalarnos, pero con esta, ese presente está dispuesto de tal forma que es como si degustaras un suculento manjar del que no te sacias nunca. Ya la he terminado y ahora, en serio, es como si me quedara vacío.
¡Léanla!, no se arrepentirán de hacerlo.

martes, 21 de agosto de 2007

En busca de la Excelencia


Hará unos día, oía en la radio la entrevista que le hacían a un diseñador de moda que también se dedica a la crianza de vinos, ocupación por la que les ha dado a muchos artistas e intelectuales últimamente.
Durante la entrevista, la periodista le preguntaba el por qué de esa nueva dedicación, y el diseñador respondía que, al margen de caer sin remedio en las redes de la neo cultura del vino, cosa que hoy está tan en boga y que parece esencial para estar a la altura de las circunstancias sociales, también porque tenía la sensación de que en la elaboración de buenos caldos, es más o menos sencillo buscar la excelencia.
Aquella frase llamó mi atención. Aquel hombre se dedicaba a elaborar vinos para buscar la excelencia, y eso es algo que no se ve todos los días.
Obviamente, continué oyendo la entrevista hasta al final, y reconozco que resultó ser muy interesante, como no podía ser menos.
Tras terminar, teniendo en cuenta que estaba tumbado frente a la orilla del mar, disfrutando de una magnífica tarde de verano, en la playa, apagué el walkman, cerré los ojos y medité un rato sobre lo que acababa de oír; ¡un hombre que buscaba la excelencia! ¿Cómo se busca la excelencia? ¿Qué es la excelencia? ¿Para qué sirve?
La excelencia a la que aquel hombre se refería, no era a la propia, sino a la del vino que producía. Trabajaba ilusionado por conseguir un caldo que fuera excelente de calidad. Algo que, bien mirado, también lo convierte a él en una persona excelente, en una excelencia, que no es otro que aquel que no termina de conformarse con el mundo en el que vive y se esfuerza en mejorarlo.
¿Considera usted que es una persona excelente? ¿Se lo ha planteado alguna vez? ¿O acaso es uno esos que viven a diario por existir simplemente, sin pasión, sin ilusión, sin esperanza ni alegría, de esos muchísimos amargados que se levantan cada mañana con el pié izquierdo, y que no han visto jamás unas gafas con cristales rosa?
Yo les propongo un ejercicio. Plantéeselo al menos. Es divertido. Medite sobre la realidad de su vida y piense en lo que hace. ¿Se esfuerza usted en innovar las cosas de la mejor forma posible o es de los que salen al paso con cualquier chapuza que cubra el expediente? Respóndase con sinceridad. No tiene sentido mentirse a si mismo. Si es de los primeros, de los que procuran hacer las cosas bien, mi enhorabuena, porque es usted una excelencia. Si no es así, y es de los que se apuntan a hacer chapuzas para salir del paso, ¿por qué hace eso? ¿Acaso tiene algo más interesante que hacer? ¿Por qué no se dedica a hacer aquello que verdaderamente le resulta interesante y se esfuerza en hacerlo bien? ¿No siente vergüenza de ser como es? ¿No le remuerde la conciencia de derrochar su vida de esa forma? ¿Cree usted que ésa es la actitud de cualquier ser humano digno? Allá usted. Usted sabrá qué hace con su vida. Tiene todo el derecho a hacer con ella lo que le venga en gana, pero al mismo tiempo también tiene la responsabilidad de asumir las consecuencias. O sea, me explico: Si usted es un cerdo, una de esa personas que atentan con los principios básicos de la higiene personal, no se queje cuando vaya por la calle y los demás le vuelvan la cara, porque nadie tiene que soportar su olor desagradable. Si es un mal profesional, uno de esos que engaña al cliente por sistema, no se queje cuando le despidan, le denuncien o se arruine, porque se lo tiene merecido. Si es un egoísta que sólo piensa en usted, no se asombre cuando note que los demás le olvidaron ¿Qué quiere? ¿A caso se cree con derecho a recoger los frutos de la cosecha que no sembró? Puede que sea de los que se aprovechan de los demás, de los que piensan que todos son tontos. Si es así, peor para usted. A ver qué hace cuando descubra lo necio que es.

jueves, 16 de agosto de 2007

A Dios lo que es de Dios y al Cesar...


Decir en Andalucía que ETA no debe ser entendida como el brazo armado de ningún ideal político, sino como una pandilla de asesinos que reivindica un imposible, es más o menos fácil y no tiene demasiado mérito, pero la cosa cambia si eso mismo se dice en el País Vasco. Para hacerlo allí, hace falta ser muy valiente, más ahora con la ruptura del pacto desde el pasado 5 de Junio, y la efervescencia vandálica y callejera por parte de sus cachorros, que no cesan de quemar sucursales bancarias y autobuses. Por eso es satisfactorio abrir la prensa, o ver los telediarios, y descubrir que alguien lo hace con desparpajo y vehemencia; me refiero al obispo de Bilbao y presidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez, quien aprovechó la homilía que pronunció con motivo de la festividad de la Asunción de María, en la basílica de Begoña, en Bilbao, para lanzar un mensaje directo a esos asesinos, desde el mismo corazón del problema, donde subyace el terrorismo que palpita como un corazón que cierra todas las bocas. El obispo clamó en la propia casa de la banda, diciendo que debe desaparecer inmediata, total y definitivamente, porque nadie le ha otorgado ni le reconoce representación alguna, pues existe y actúa contra la voluntad de ese pueblo y de esa sociedad.
Yo considero que ésa actitud de la Iglesia es encomiable, porque una entidad que se manifiesta rotundamente a favor de la vida, que predica con el ejemplo del sacrificio por defender lo correcto, no puede hacer otra cosa que manifestarse de esa forma a favor del bien, aunque no son pocas las veces que hemos asistidos, perplejos, al triste y lamentable esperpento de sacerdotes que se muestran abiertamente a favor de estos delincuentes, que los acoge en su regazo como si fueran mártires o héroes, y que predican a favor de una libertad errónea, cantando adeptos para el ideal desde sus púlpitos.
Esto ha ocurrido no pocas veces ante los ojos pasmados del pueblo cristiano, que atónito no ha dado crédito del espectáculo al que estaba asistiendo. Un ejemplo de ello lo tenemos muy reciente, en el cura ése que se ha suicidado reivindicando la independencia de Cataluña. ¿Era un loco? ¿Un demente? Pues que se lo digan al Jordi Puyol y a otros tantos nacionalistas catalanes que no han dudado un instante en abogar para que lo hagan beato y lo eleven a los altares, a tenor de lo que ha hecho.
Ricardo Blázquez, no sólo recriminó los crímenes de ETA, sino que además afirmó que ha sido una "equivocación grave" en la historia del pueblo vasco, una banda que ha resultado ser "mortífera" y que su "persistencia obstinada es insoportable". Y ciertamente lo es, porque la gente de bien que vive en aquel lugar ya empieza a estar cansada de tener que soportar, día a día, el peso del miedo sobre sus espaldas.
El terrorismo es un problema de estado y no debiera ser motivo de controversia entre los distintos partidos políticos, que al contrario de lo que vienen haciendo hasta el momento, se tienen que mostrar unidos en la idea del derecho a la vida y a la libertad, en sus más amplios sentido. No se puede ni se debe hacer el juego a estos asesinos desde el escenario político, y muchísimo menos desde los atriles de las iglesias. Por eso, la actuación del presidente de la Conferencia Episcopal, merece ser destacada.
Ya deberían aprender muchos del valor demostrado por Ricardo Blázquez, y de su compromiso como sacerdote para con la sociedad en general, y el bien de las conciencias individuales, porque lleva toda la razón cuando afirma que sólo con la unidad de esfuerzos entre todos se podrá erradicar la violencia terrorista. ¡En verdad hay veces que Dios habla por la boca de sus discípulos!

miércoles, 8 de agosto de 2007

El poder de la razón

Publicaba El País el pasado domingo una entrevista a D. Felipe González, digna de ser tenida en cuenta por diversos motivos.
El primero, y más importante para mí, es que como siempre el señor González, ex presidente del gobierno, es una de las pocas personas que siguen estando a la altura de la circunstancias políticas y económicas de nuestro país, no como otros ex presidentes que se dedican a exhibir públicamente su lamentable estado de embriaguez diciendo pamplinas y tonterías, con el único fin de divertir a un público que le reía las gracias sólo por tratarse de quien se trataba, porque gracia, el pobre, tiene poca.
Por eso es reconfortante que alguien muestre un poco de sentido común de vez en cuando. Las palabras de Felipe expresan lo que muchos sentimos y pensamos, que no es otra cosa que aplicar la sensatez contra el ruido que el PP está haciendo irresponsablemente. España necesita una derecha muchísimo más seria de la que tiene en la actualidad, ésta que practica el populismo barato sin miramientos y que está plagada de personajes chulescos, expertos en inventarse problemas inexistentes, y que también son, a la vista de sus declaraciones, tremendamente olvidadizos.
Como González, muchos nos asombramos de la excesiva controversia que se levanta con el tema de ETA, cuando la amenaza más importante, en este sentido, viene causada por el terrorismo islámico, situación que se agravó especialmente por la alianza que sostuvo, a toda costa, el gobierno del PP con los americanos, y su más que reprochable implicación en la guerra de Irak. Ante esta realidad, seguir especulando con ETA, en cierta forma es participar del terrorismo de estado, beneficiarse de el, pues les está haciendo el juego a los etarras.
Lo cierto es que muchos esperamos que la estrategia que está empleando este partido de incendiar el país para luego ofrecerse como bomberos, produzcan en la mayoría de los ciudadanos sensatos esos efectos que nos augura el ex presidente. La gente de a pié empieza a estar cansada de tanto disparate y ciertamente necesita una desinfección de tanta política bananera. Lo verdaderamente preocupante es el hastío y rechazo que este ejercicio político está generando en la población, que comienza a mirar para otra parte, desilusionada y desinteresada del sistema. -Lo exagerado es siempre ridículo- dice González, y le doy la razón, pues aquellos que han deseado un nuevo Prestige en la tragedia ibicenca, han terminado haciendo el ridículo al remangarse en aquellas playas para coger chapapote, porque nada tiene que ver lo que ocurrió en Galicia, una gravísima contaminación del medio ambiente debida a la malísima gestión de unos gobernantes
que no supieron que hacer en aquellos momentos, salvo conservar sus cuotas de poder. Eso no es lo que ha sucedido en Ibiza, donde la contaminación se ha producido evidentemente por una sucesión de hechos fortuitos, ajenos a cualquier decisión política.
La actitud indigna del PP está rayando límites históricos, pues se están enfrascando en su propio ridículo y empiezan a nos ser conscientes de sus actos, pues sino, explíquenme como nadie en su buen juicio puede ofertar los 3000 €. por maternidad que están prometiendo últimamente, sólo para superar la propuesta realizada por el PSOE. Se están convirtiendo, espero que sin querer, en vendedores de coches de segunda mano, dejando claras evidencias de su ineptitud e ineficacia. La alternancia es más que necesaria en democracia, pero que Dios nos libre de caer en esas manos.

viernes, 3 de agosto de 2007

La tradición Belenística.


Tal y como afirma D. Manuel Losada Villasante, Premio Principe de Asturias en Investigación y Catedrático Emérito de la Universidad de Sevilla en Bioquímica y Biología Molecular: “Después de la Creación del Universo, cuando dijo Dios que se hiciera la luz y ésta se hizo, y de la creación del hombre a su imagen y semejanza, el acontecimiento más relevante que ha tenido lugar en la Tierra ha sido el nacimiento de Jesús en Belén hace más de dos mil años, evento tan universal que la humanidad lo ha tomado como referencia histórica”. Afirmación que es tan contundente como cierta, pues al pensar o simplemente referirnos a cualquier momento histórico de la Tierra, desde que ésta existe como tal, se ha de pasar obligatoriamente por Jesús, pues lo hemos convertido en el meridiano extraordinario que regula el rumbo de casi todos los hombres, con independencia de que sean o no cristianos. Por tanto, es lógico y justo que dicho suceso se conmemore cada año, con independencia de las connotaciones religiosas que conlleva dicha celebración.
Parece ser que la Iglesia eligió el día 25 de Diciembre como la fecha del nacimiento de Cristo, porque era lógico pensar que Él nacería nueve meses después de su Encarnación, el 25 de Marzo, fecha que por otro lado coincide, no por casualidad, con el equinoccio de primavera, y también con la de su muerte.
En la antigüedad, la Iglesia sólo celebraba la Pascua de la Resurrección del Señor. La Epifanía, fecha en la que se celebra la manifestación de Jesús a los gentiles, se estableció el 6 de enero, coincidiendo igualmente con las fiestas paganas del solsticio de invierno, que se celebraban en homenaje al Sol victorioso. Esto nos hace pensar que la Iglesia pretendió presentar a Jesús como el centro de nuestro Universo, el Sol, el que todo lo alumbra, el que da la vida, el Rey y Dios del Mundo.
Quizás el auge que toma la fiesta en el seno de la Iglesia, fuese el motivo que impulso a San Francisco de Asís, a que en el siglo XIII, instaurase la costumbre de colocar belenes. Una tradición plástica valiosísima en la época, que realizaba principalmente una función catequética, lo que seguramente el santo pretendía. De ahí que los belenes se montasen en el interior de los templos, y con el transcurrir del tiempo, llegara a todos los hogares.
Hay quienes se manifiestan radicalmente en contra de la colocación del árbol de Navidad, tradición que es posterior y que tuvo su origen en los países nórdicos sobre el siglo XVI, pero esta aversión no tiene demasiado fundamento, en contra de lo que acostumbramos a afirmar, pues con la colocación de árboles en los hogares, al igual que se hace con los belenes, se está celebrando la Navidad, y por tanto, conmemorando el nacimiento de nuestro Mesías. No obstante, son ciertos los lazos culturales que nos unen a una u otra tradición, según la tierra a la que se pertenezcamos. En Andalucía, obviamente, el nacimiento o belén tiene mayor significación y muchísima más importancia.
Esta tradición que instauró San Francisco, se desarrolla de forma extraordinaria al hacerla propia la mayoría de los artistas que, inspirados en el testimonio de los Evangelistas, van definiendo y perfilando la Epifanía y consolidando la imagen que todos tenemos de la Sagrada Familia y el momento del nacimiento de Jesús. Desde un aspecto teológico, se ha de reconocer que los Belenistas contribuyen enormemente a promulgar y difundir ese mensaje apostólico y a enriquecer nuestro patrimonio artístico y cultural con su generoso que hacer, una labor encomiable, digna de admiración, de respeto, y por supuesto, de reconocimiento. Espero que así sea.