Me parece un ejercicio de cínica hipocresía, tratar de situar a alguien en la encrucijada de tener que definirse obligatoriamente contra el aborto, sólo por el hecho de posicionarlo frente al Partido en el que milita, con la intención, poco loable, de debilitarlo en sus decisiones, para beneficiar de alguna forma la opción política contraria.
Es el viejo dilema fariseo, repetido una y mil veces a lo largo de la historia, exactamente el mismo con el que pretendieron desacreditar a Jesús, y que Él tan sabiamente eludió pronunciando la célebre frase de “Dad a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar”.
-Si respondo que estoy a favor del aborto, me estaré situando contra la Iglesia a la que deseo pertenecer por mi condición de católico practicante, y si digo lo contrario, me tacharán de incoherente, así que diga lo que diga ya estoy condenado de antemano a salir mal parado. Ante esto, obviamente, es preferible no decir nada, al menos nada claro, sobre todo cuando el que pregunta se escuda en el más que reprochable anonimato.
Permítanme que me cuestione si esta estrategia es propia de alguien que se manifiesta presumiendo de un exacerbado sentimiento cristiano, o contrariamente atenta contra la caridad cristiana, tan escasa como valiosa en estos días.
Estoy plenamente convencido de que se puede ser perfectamente católico y militar al mismo tiempo en el Partido Socialista, a pesar de lo que creen muchos intolerantes para los que ser de izquierdas es estar condenado a la excomunión.
Con total sinceridad no creo que ambas cosas sean incompatibles, sobre todo porque en ambos estamentos prevalece el derecho del individuo al libre albedrío, al margen de que tampoco existe, al menos no lo conozco, ningún reglamento, normativa, estatuto, decreto o ley que lo impida.
Yo no me siento excluido en absoluto en ninguno de los dos lugares, y creo que este tipo de cuestiones responden casi siempre a las tácticas de política negra generadas casi siempre por el adversario, que busca solamente fortalecerse para ganar.
Como digo, no conozco ningún credo que obligue a nadie a manifestarse de manera pública sobre el parecer que cada cual tenga sobre el aborto. El parecer que cada cual tenga al respecto, obedece a un sentimiento ético personal e íntimo. No obstante, por mi condición de hombre, nunca he abortado ni podré hacerlo. Dicho esto, no entiendo el interés de querer involucrarme en los actos que otros, ajenos a mi persona, puedan hacer desde su libre albedrío, ni tampoco entiendo por qué debo de posicionarme de manera pública al respecto, cuando nunca he abortado. ¿No fue precisamente Jesús quien dijo “por mis obras me conoceréis”?
Como hombre, no he podido abortar nunca. No por ello es menos cierto que como tal me resultaría muy sencillo posicionarme en contra, pero hacerlo de manera tan vehemente no sería correcto, sobre todo, porque el aborto no es un tema de partidos políticos, sino de personas. ¿Acaso no hay muchas mujeres del PP a favor del aborto? Claro que sí, muchas mujeres y muchos hombres también.
El aborto es una cuestión de personas, de ética, de moral y también de fe, pero una ética, una moral y una fe que a veces se ven sobrepasadas por las circunstancias personales de cada cual, y se quedan al margen de una decisión personal que se puede tomar de manera libre o forzada, según la historia de cada cual, y que nos puede parecer mejor o peor, pero que responde a la responsabilidad personal de quien decide abortar, y solo de esa persona y nadie más.
No debemos señalar tan a la ligera con nuestro dedo acusador y justiciero, puesto que no es justo que seamos ninguno de nosotros quienes juzguemos a las mujeres que, por desgracia se encuentre con la trágica necesidad de decidir tal cosa, y mucho menos, criminalizarlas por ello.
Es precisamente el sentir cristiano, el que debería obligarnos a empatizar con las mujeres que abortan, especialmente con aquellas que por su precaria situación económica lo hacen en situación insegura y poniendo en riesgo sus propias vidas. Creo esto porque ninguna mujer se place de abortar. Abortar es siempre una tragedia, es una decisión durísima difícil de superar, por tanto ¿quién soy yo para enjuiciar a estas personas? Tengo muy claro que jamás juzgaré a ninguna mujer que aborte. No creo que eso sea lo que Dios me pida. Estoy convencido de que es precisamente todo lo contrario, que me muestre sensible ante estos dramas sociales y susceptible de poder acoger nuevamente a estas personas, brindándole toda la ayuda y la protección posible, postura que se refuerza desde el civismo que me inspira mi ideología progresista. Obligación que debo asumir al margen de la opinión personal que tenga yo sobre el aborto, algo que es meramente insignificante en el contexto de este drama.
El socialista más verdadero es aquel que es siempre solidario, ése que está dispuesto a compartir hasta lo necesario para vivir dignamente. Hay que ser solidarios con los empobrecidos y con los débiles, y ¿qué es sino esto una mujer que aborta?
Abortar, ya lo he dicho y redicho, es siempre una tragedia que nadie quiere ni desea para sí. La mujer que aborta es siempre una víctima, y no pueden ser nunca piedra farisea para arrojar contra nadie ni contra nada.
Lo verdaderamente reprochable de todo esto, lo que se debería de criticar seriamente, es que el aborto se convierta en un bien de consumo al alcance exclusivamente de los bolsillos más privilegiados, porque hay que tener en cuenta que curiosamente no son nunca las mujeres más humildes las que abortan de esta manera. Son precisamente aquellas que disfrutan de una estabilidad económica, las que se lo pueden permitir, garantizándose una manera de abortar segura, cómoda y anónima, sustentando y engordando una censurable desigualdad social que sí que se debe erradicar.