Oscureció mientras
nos acercábamos a la ciudad que empezaba a brillar en el horizonte como un firmamento de mil estrellas.
Tras atracar, desembarcamos
en el puerto, dejando atrás la fría oscuridad del mar, sintiendo en el alma, una vez más, esa paz de quien por fin se sabe a salvo. Volver a tierra firme, después de tanto
tiempo, era motivo suficiente para sentirse
feliz. Había que celebrarlo, así que nos adentramos, subiendo por la calle más próxima, en busca de
un sitio cálido donde refugiarnos del frio y la humedad de la noche, algún lugar que nos
ofreciera un plato caliente de sopa y un buen vaso de vino, cuando vimos, a pocos
metros de allí, aquella extraordinaria
casa que rezumaba magia por todas sus esquinas.
Nos acercábamos curiosos hasta el ventanal más
grande, nos asomamos dentro y descubrimos, perplejos y asombrados, que las
paredes del interior estaban llenas de pequeños cajones que subían desde el
suelo hasta el techo.
Algunas personas entraban en aquella tienda en
busca de algo que no atinábamos a vislumbrar. Lo hacían serias, preocupadas,
algunas incluso compungidas, pesarosas y dolidas, pero aquella tristeza que
mostraban al entrar, se desvanecía al
tiempo que un pequeño hombrecillo, subido en una escalera de madera, les
atendía amablemente abriendo alguno de aquellos cajones, de los que parecía
salir un soplo de alegría o una brizna de vida.
-Disculpe Señor- preguntamos a uno que salía de
allí tan contento. -¿Nos puede decir qué venden aquí?- Aquel hombre sonriente,
nos miró complacido y muy gentilmente nos contestó:
-Aquí no venden nada. Aquí tan solo podemos
recuperar el tiempo que alguna vez perdimos.
Ignacio Bermejo Martínez
2 comentarios:
Hola Ignacio!
Podría pasar alguna vez por esa tienda y abrir más de un par de cajones...Woao, me he detenido a pensar en la tan sóla idea y se me ha crispado la piel.
Un placer leerte siempre.
Me encanto, lo lei con la musica de fondo ... hacia muuucho q no entraba a algun blog, y volver a leer y encima leer esto tan lindo me encanto...
Abrazos...
Mel.-
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