Era muy tarde. Las agujas de su
reloj pasaban ya varias horas de la media noche, cuando llegó por fin a su apartamento.
Estaba muy cansado, a pesar de haberse
divertido en la cena organizada por su empresa.
Se acercaba la Navidad y todo el
mundo lo celebraba con la algarabía propia de las fechas.
Antes de acostarse, se sentó en
el butacón, frente a la ventana. Desde allí podía contemplar la gran avenida,
la calle más importante de la ciudad que a esa hora parecía dormir, como la
mayoría de la gente. Se quedó absorto
contemplando la amarillenta luz que derramaban las farolas, como en un último esfuerzo por vencer la
eterna lucha contra la oscuridad absoluta.
Fue entonces, frente aquel cristal salpicado de gotas que parecían
lágrimas, cuando fue consciente de su soledad. Se sintió solo, muy solo, y muy triste.
A la mañana siguiente, cargado
con su maleta, compraba un billete en el
aeropuerto. Necesitaba regresar a casa, a su hogar, con su gente. Solo quería
sentirse uno más entre los suyos, reír con ellos, con sus padres, sus hermanos,
abrasarlos, besarlos. En su pensamiento
solo tenía la alegría del reencuentro y la pegadiza musiquita de aquel anuncio
de “Vuelve, a casa vuelve, por Navidad”
FELIZ NAVIDAD
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