Recuerdo con tristeza la noche en la que la realidad
vino a decirme que la ilusión no
existe. Éramos pobres y teníamos prohibido soñar, especialmente con la llegada
de los Reyes Magos, a quienes los niños esperaban nerviosos con la ilusión de que se produjera
el milagro.
Cerré los ojos después de que mamá me arropase en la cama, como solía hacer siempre, decidido a no
aceptar aquellas palabras que afirmaron crueles que la magia no existía. Me dormí confiando en que la nueva mañana
llegaría cargada de una nueva verdad y de regalos, me resistía a dejar de
creer, pero al despertar al día siguiente miré nervioso hacia la mesa donde un año
antes, aquella misma noche, se amontonaron juguetes, y apercibí sorprendido la
silueta de algunos bultos. Encendí esperanzado la luz del salón, pero aquellos
bultos tan solo eran los platos y los vasos sucios de la noche anterior.
Lloré en silencio desengañado, aunque no de pena, porque era rabia lo que sentía. ¿Por qué a mí no? me pregunté una y otra vez sin
encontrar repuestas. En aquel mismo instante, aquel mismo día, decidí que la
magia no moriría jamás, al menos dentro de mí, en mi corazón. No lo acepté. No
estaba dispuesto. No puede morir aquello en lo que uno cree con firmeza, y yo decidí
creer con fuerza más que nunca.
Hoy, muchos años después, cada noche de Reyes Magos recuerdo
aquel día con ternura. El día en que me revelé convencido de que los milagros
existen, y existen de verdad, como los
sueños, créanme. Existen, y a veces incluso se cumplen. Doy fe.
P.D.: Este año he asistido a un Pregón de Navidad donde he
palpado la magia, he visto brillar una ciudad donde los sueños se hacían
realidad, he visto a miles y miles de personas sonriendo con ganas de vivir y
ser felices, este año ha sido realmente especial, ha sido realmente un
reencuentro. GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS, a todos y a todas que lo habéis hecho
posible.
Feliz Navidad
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