jueves, 19 de julio de 2007

La otra Isla tercermundista

Existe otra Isla distinta, una Isla anacrónica, atrasada, injusta, propia de una mentalidad tercermundista que somos incapaces de superar y dejar a tras de una vez.
Si no me creen, compruébenlo por ustedes mismos. Hagan el intento de sacarse el pasaporte y sabrán de lo que les hablo.
Les cuento la epopeya: El pasado jueves, día 19 de Julio, traté de documentar a mis hijos para poder viajar tranquilo en vacaciones. Los funcionarios de la comisaría de policía me informaron un día antes que, si quería obtener dicha documentación, me tendría que poner en la cola sobre las 6:30 h. de la mañana, pues sólo dan veinte números para atender por mañana y otros diez para por tarde. Me pareció insólita la sugerencia, pero obviamente la cumplí más o menos a rajatabla. A decir verdad, llegué sobre las siete de la mañana a la comisaría y descubrí, para mi asombro, que aún siendo tan temprano, no era el primero en llegar, sino que por delante de mí ya había doce personas. Me puse en la cola, pero en la medida en la que el tiempo iba pasando y se iba aproximando las 9:00 h., esta se iba incrementando de personas que, como es lógico, se iban enojando ante la posibilidad de quedarse sin poder documentarse.
Una vez dieron las nueve de la mañana, justo a la hora en la que el funcionario de turno abrió las puertas y comenzó dar los números del turno, imagínese la marabunta que se formó, colapsándose la calle Doctor Cellier a riesgo de ser atropellados alguno de nosotros por los vehículos que circulaban por ella.
Hubo crispación, discusiones, alzamiento de voz, enfrentamientos, hasta algún que otro insulto, pero en la medida en que se pudo, fuimos cogiendo el número que nos correspondía, según el orden de llegada de cada cual.
Les hago constar, que cuando el funcionario abre las puertas, la mayoría de los presentes ya llevábamos allí esperando un par de horas.
Una vez dentro por fin, una amable funcionaria, cual si fuera tratante de ganado, nos manda a callar a grito pelado, y nos pide que nos quedemos formando cola en la calle, atentos desde fuera al número que iba corriendo en un contador automático. Obviamente nadie hizo caso a la sugerencia, por lo absurda que era, y porque ya estábamos hartos de esperar arriesgando nuestra integridad y sufriendo las inclemencias.
Lo peor de todo llega cuando, al entrar la tercera persona, nos informa el funcionario que expide los pasaportes de que la líneas, o la máquina que utilizan para ello, estaba averiada y que por tanto tardarían más de lo normal, invitándonos, él mismo, a que planteáramos una queja formal en el edificio adjunto. Esto ocurre más o menos sobre las diez de la mañana, cuando ya llevábamos tres horitas de martirio.
Yo, acompañado del mayor de mis hijos, me fui para solicitar la hoja de reclamaciones, y aunque es cierto que fui atendido en todo momento con corrección, debo subrayar que justo cuando íbamos a entrar, salía un detenido esposado, presuntamente un delincuente que pasó a menos de un metro del niño, con los riesgos que ello conlleva. Imagínense por un momento lo que hubiera podido pasar si a aquel presunto delincuente le da por cometer una locura. Se me ponen los pelos de punta.
Los funcionarios y los trabajadores de aquellas dependencias saben que todo esto es cierto. Quizás por ello se muestran tan amables, salvo la señorita del mostrador que nos invitó hasta un par de veces a salir, pero obviamente son incapaces de poder solventar con los escasos medios de que disponen, la incompetencia de un sistema caduco que no cabe dentro de la era de la informática. ¿Se habrá enterado la Administración del tiempo en que vivimos?

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